Soy fan de Alien y Predator desde que tengo uso de razón. Los bichos del espacio molan, y más cuando vienen con su propia mitología bajo el brazo (o la pata, o el tentáculo, o lo que sea). Pero no solo las películas me dejaron huella, durante décadas todo ese universo creció, evolucionó y, en muchos sentidos, sobrevivió gracias a los cómics que Dark Horse editó con valentía y una libertad creativa que ya quisieran muchas majors de Hollywood. Por eso, ver que las nuevas películas de estas franquicias están empezando a alejarse del constante guiño autorreferencial, que tanto ha lastrado sus últimas entregas, me llena de esperanza. Porque por fin parece que volvemos a mirar hacia adelante, sin miedo a explorar ideas, como se hacía en aquellos cómics que, para muchos de nosotros, fueron mucho más que un producto derivado.
Cuando los xenomorfos eran el horror, no los protagonistas
Los mejores cómics de Alien editados por Dark Horse comprendían algo que muchas películas han olvidado: que el xenomorfo no necesita estar en cada viñeta ni ser explicado con todo detalle para imponer respeto. De hecho, creo era mejor cuanto menos sabía y veías de él. Su amenaza era tanto física como simbólica, una encarnación del miedo a lo desconocido. En obras como Alien: Salvación o Alien: Sacrifico, por ejemplo, veíamos a humanos enfrentados no solo al horror de estas criaturas, sino a sus propios demonios internos. En Salvation, un capitán de nave con creencias religiosas fanáticas interpreta la llegada del alien como un castigo divino. La presencia del alien era, en realidad, la propina a una estupenda historia de Dave Gibbons y Mike Mignola que no era lo mismo de siempre y que recuerdo con tanto cariño como le puedo tener a la primera peli de Scott o al Aliens de Cameron.
Es solo un ejemplo, pero esa era la verdadera fuerza de los cómics de Alien. Las criaturas no necesitaban monólogos explicativos, violencia gratuita, ni retorcidos árboles genealógicos o volver a señalar con el dedo una vez más lo siniestra que es la Weyland-Yutani para ser interesantes. Bastaba una buena idea para desencadenar tramas intensas, cargadas de tensión donde los aliens eran el motor de la historias, pero no sus protagonistas, en las que los humanos no dejaban de ser humanos enfrentados a la cara más cruel de la naturaleza, aunque en un futurista escenario de ciencia ficción.
Me gustaba eso de aquellos cómics, en los que el bicho, en realidad, no era tanto el protagonista, al que que debido a la popularidad y el atractivo visual de la criatura, se lleva sobreexplotando en los cines desde Alien Resurreción. Esa lección parece que Hollywood ha tardado mucho en aprenderla. Especialmente tras el tropiezo que supuso Prometheus, de Ridley Scott, donde el afán por responder preguntas que nadie había formulado nos llevó a una sobreexplicación del mito que despojó a los xenomorfos de su misterio más básico: el de ser la representación última de una naturaleza hostil, incognoscible y letal.
Predator y el gozo de lo rocambolesco
Si Alien brillaba cuando era enigmático, Predator lo hacía cuando se soltaba el pelo, o las rastas, o como se llamen los aprendices de las cabezas de los Yautja. Porque, vamos a ser sinceros, los Predators son puro espectáculo: cazadores rituales intergalácticos, con códigos de honor, tecnología descomunal y un gusto casi estético prácticamente fetichista. Los cómics de Dark Horse lo entendieron a la perfección. Obras como Predator: Big Game, considerado el mejor cómic de Predator, al cabo Enoch Nakai, un joven soldado nativo americano que atraviesa un mal momento. Tras el accidente de una nave Predator cerca de su posición, comienza un intenso enfrentamiento entre ambos que se prolonga durante varios días y culmina en un final espectacular. Enoch Nakai es un personaje tan carismático que apareció posteriormente en otras historias de Predator publicadas por Dark Horse. Y algunas de sus ideas más interesantes llegaron a la estupenda y reciente Predator: La Presa.
Otro buen ejemplo es Predator: Race War, o el brutal Predator: Bad Blood, donde un Yautja mentalmente inestable y psicótico que se vuelve contra su propia especie. Otro que me gusta mucho es Predator: Arenas Sangrientas. Una joya que coloca a un Predator en plena Segunda Guerra Mundial. Tan descabellado como brillante. Combina acción bélica, tensión histórica y una criatura alienígena que funciona casi como juez imparcial del conflicto humano. Y de la que la próxima Predator: Killer of Killers no deja de ser una heredera espiritual.
Cuando una franquicia parece agotada, a veces lo único que necesita es no volver a hacer lo mismo
Y sí, reconozco que la película Predators de Shane Black me pareció muy floja. Nada que discutir. Pero en el Predator de Nimród Antal, sin ser tampoco una maravilla, se intentó hacer algo un poco diferente y, a pesar del fracaso comercial, creo que en definitiva quedó algo muy disfrutón. Había ideas ahí, como los rituales de caza o el sistema de castas, que nacen, precisamente, de esa tradición de cómic. Por eso me entusiasmó Prey. No solo porque nos presenta a una protagonista carismática y un nuevo escenario en el que desarrollarse, sino porque abandona la nostalgia perezosa y a puesta por una aproximación más arriesgada, al menos, en lo formal, ya que la historia no deja de ser un poco la misma. Pero había buenas intenciones, y creo que se ven ahora recomendadas.
Prey ha abierto, además, puertas a nuevos títulos como Predator: Badlands y Killer of Killers, que retoman ese espíritu de aventura desbocada, de exploración radical y de escenarios insospechados. El cazador, como concepto, no tiene por qué estar anclado a una jungla o a un contexto urbano moderno. Puede ir donde la narrativa quiera llevarlo, y eso es lo que hace grande a esta franquicia.
Marvel: mucho marca, poca osadía
Con la llegada de los derechos de Alien y Predator a Marvel, no todo han sido buenas noticias. Se agradece el respeto que están mostrando por las dos franquicias, e incluso que recupere a personajes legendarios de aquellos cómics, como el hermano policía de Dutch de la primera serie de Predator de Dark Horse, pero también es cierto que la editorial parece tener algo de vértigo creativo. A lo mejor es cosa mía, pero sus cómics me parecen en general muy poco originales. No diré que todo lo que publicaba Dark Horse era genial, pero sí diré que muy poco de lo editado por Marvel me está gustando. En lugar de lanzarse a lo desconocido, han optado por explorar temas que Dark Horse ya había tratado antes y con mejor pulso, creo.
Los cómics de Alien en Marvel, por ejemplo, retoman la figura de los androides y experimentos con xenomorfos. Correcto, pero nada nuevo. Y en el caso de Predator, aunque se ha jugado con una protagonista humana que se enfrenta a estos cazadores desde niña, que me pareció una arranque estupendo, la narrativa con el paso de los números se me hace cada vez más convencional. Todo bien ejecutado, sí, pero me falta ese punto de "probar cosas" que caracterizaba a las mejores historias de la era Dark Horse.
Lo que me lleva al otro gran elefante cibernético en la habitación: Terminator. Una franquicia que lleva años dando vueltas sobre sí misma en el cine, incapaz de superar la busca y captura de John y Sarah Connor. Dark Horse también editó algunos tebeos estupendos de la licencia, de lejos más interesantes que cualquiera de las películas que siguieron a Terminator Salvation. Porque si algo nos enseñaron los cómics de Dark Horse es que cuando una franquicia parece agotada, a veces lo único que necesita es no volver a hacer lo mismo.