Construir estatuas de bronce cuando un famoso muere es normal. Que todas sean rematadamente feas, también
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Puede que el busto de Cristiano Ronaldo sea de lejos el más famoso de todos, pero está lejos de ser el único caso en el que una figura de bronce de un famoso ha generado un rechazo similar. La costumbre, un habitual dentro de los homenajes a personas ilustres fallecidas o que sus ciudades o país de origen tienen en alta estima, pocas veces nos regalan una agradable sorpresa. De hecho, incluso en aquellos casos en los que hay cierta alegría por cómo ha quedado la estatua, nunca es unánime.
A partir de aquí lo primero que nos viene a la cabeza es que, como en su mayoría son obras públicas, lo más probable es que el ayuntamiento se haya agarrado al artista más barato del pueblo, que los materiales utilizados hayan costado cuatro perras, o que incluso nadie se haya parado a mirar que, efectivamente, la estatua era rematadamente fea. También podríamos pensar que las que se hacían antiguamente eran mucho mejores, pero en cualquiera de esos casos, estaríamos cometiendo un error.
Estatuas más feas que un pie
El busto de Cristiano Ronaldo en el aeropuerto de Madeira es probablemente el más famoso. Una imagen dantesca que dio la vuelta al mundo por el cuestionable resultado de una imagen que, habiendo tirado de una visión menos realista y más artística, probablemente no habría generado todo ese revuelo. De hecho, incluso la cambiaron poco después porque todos coincidían en el chiste que resultaba a ojos de cualquiera.
La clave detrás de esa fealdad está en el hecho de que, a día de hoy, conocemos al dedillo las caras de esos famosos. Los hemos visto en incontables fotografías, en múltiples películas y hasta los vemos pasear por televisión a diario. Reconocemos su rostro allí donde salgan, así que cuando nos enfrentamos a una recreación que busca ser realista, es imposible que siempre lo sea con la misma exactitud.
Si pensáis en las monumentales esculturas sobre reyes, caballeros o personajes clave de la antigüedad, probablemente no tengáis problema con sus caras porque ese factor queda fuera de la ecuación. Con los famosos actuales, en cambio, la cosa cambia bastante. Un milímetro de una ceja más allá, una sonrisa forzada, unos ojos sin brillo… El aspecto cambia, y es ahí cuando se convierte en problema.
Cualquier detalle por pequeño que sea es más que suficiente para que entremos en lo que se conoce como valle inquietante, esa sensación en la que sabemos que es esa persona pero, como no es exactamente igual a como lo tenemos grabado a fuego en la cabeza, nuestro cerebro destaca las imperfecciones con más fuerza.
Aunque parezca mentira, la culpa no siempre es del artista
Que lo hagan bien y punto, pensarán algunos, pero ahí entran en juego distintos factores. El primero de ellos es que, al modelar primero en arcilla la estatua para luego pasarla al molde de bronce, en el proceso se pierden sutilezas y hacen que los errores se multipliquen. Sumemos ahí que, teniendo que lidiar con el vandalismo y el clima, algunas paredes de la pieza se engrosan para evitar desperfectos y se simplifican detalles, lo que a la larga hace que el realismo se desvanezca por culpa de retoques aquí y allá.
Pensad que, además, cuando se realizan este tipo de estatuas se hacen con fechas concretas en mente, lo que obliga a los artistas a trabajar a contrarreloj con los mínimos cambios y retoques posibles para coincidir con una inauguración o un evento especial marcado a fuego en el calendario. Tendemos a pensar que las cosas parecen más fáciles de lo que realmente son, y al final la estatua acaba como acaba.
Tengamos en cuenta también que, teniendo que pasar por varios revisores que añaden manías a la pieza, desde el propio organismo que la encarga hasta la persona a la que hace referencia, a menudo la visión del artista termina alejada de lo que era su primera visión. En el caso del busto de Cristiano Ronaldo, sin ir más lejos, fue el propio futbolista el que pidió un cambio para esbozar una sonrisa distinta a la original.
¿Tiene solución? Claro, pero los tiempos son mucho más largos y el precio es mucho más caro que los 150.000 euros en los que se suelen mover estas recreaciones. El artista debería tener libertad total para dar forma a la estatua, realizar esculturas de arcilla a tamaño real, probarlas en el mismo emplazamiento para ver cómo algo aparentemente tan nimio como la luz de la zona afecta a su aspecto, y realizar distintas iteraciones hasta conseguir que el parecido con el famoso al que representa funcione lo mires desde donde lo mires.
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La noticia
Construir estatuas de bronce cuando un famoso muere es normal. Que todas sean rematadamente feas, también
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3DJuegos
por
Rubén Márquez
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