Elegir de quién te enamoras en un videojuego dice sobre ti más de lo que te imaginas
El amor, en apariencia, es esa fuerza que nos arrastra a escribir poemas cursis, a comprar flores improvisadas y a sentir que flotamos a tres palmos del suelo. Sin embargo, cuando hablamos de amor en videojuegos, la cosa se pone interesante. ¿Por qué? Porque aquí, en este medio interactivo, no basta con "mirar" cómo dos personajes se enamoran: eres tú, jugador, quien hace el movimiento. Das un paso, presionas un botón, eliges un diálogo y, de pronto, has sellado tu destino. En The Witcher 3, esa disyuntiva toma forma de una hechicera pelirroja que te ha salvado más de una vez, o de una bruja de pelo azabache con quien compartes un turbulento pasado. Triss o Yennefer. Dos nombres, dos corazonadas. Una decisión moral que grita: "¿qué clase de Geralt —o de persona— eres realmente?" Confieso que cuando me senté por primera vez en la posada de Novigrado, no pensé que un simple coqueteo con Triss metería mis principios en una centrifugadora emocional. Asumí que el juego premiaría mis gestos de cariño con un par de escenas tiernas y pincantonas y una palmadita en la espalda. ¡Ay, bendita inocencia! Porque cuando la trama avanza y Yennefer reaparece con toda su fiereza e ironía, me di cuenta de que no escogía solo el "amor digital" de turno, sino que definía una parte de mí: mi sentido de la lealtad, de la nostalgia, del romanticismo y, por supuesto, de mis ganas de meterme en líos. Cuando la fantasía digital revela nuestro yo más íntimo Podría parecer que la elección Triss/Yennefer se reduce a "quién te gusta más estéticamente" o "quién tiene más química con Geralt". Pero en realidad, como ocurre en muchos RPG con romances, lo que te engatusa son las motivaciones y valores que esos personajes encarnan. Triss es refugio, complicidad y un toque de dulzura en un mundo cruento. Yennefer, en cambio, es el fuego del pasado: un torbellino de pasiones, a veces tóxicas, a veces magnéticas. Escoger a una, a ratos, se siente como preferir una vida hogareña y calmada. Escoger a la otra supone lanzarse a un abismo turbulento, pero lleno de autenticidad. ¿Quién no ha dudado alguna vez entre la seguridad y la incertidumbre? Esta sensación de traición o fidelidad a uno mismo es puro drama shakespeariano En la vida real, a menudo decimos que no tenemos tantas opciones, que "la vida es así y ya". Pero cuando un videojuego nos planta una pantalla de diálogo y nos otorga poder absoluto para escoger, resulta imposible echarle la culpa al destino. Eres tú, con tus deseos y tus contradicciones, el que mira a ese retrato virtual y susurra: "Elegiré a Triss… o a Yennefer". Con un clic, encadenas tu narrativa a la de ese personaje. Entonces, las reflexiones empiezan a arremolinarse: "¿He sido fiel a mi corazón o solo a mis impulsos? ¿Estoy decantándome por la opción que me ‘conviene’ mecánicamente o por la que me remueve el alma?" En esas preguntas reside la chicha de la moral interactiva: no podemos mirar a otro lado cuando la decisión es 100% nuestra. The Witcher 3 De triángulos amorosos Hay disyuntivas románticas más complejas que las de The Witcher 3. Así a bote pronto me vienen a la cabeza títulos como Persona 5, Dragon Age o el mismísimo Catherine. Este último, en particular, te lanza a un triángulo retorcido donde tus respuestas dictaminan qué tipo de futuro anhelas (o temes). Como en la historia de Geralt, vas calibrando el "quién soy" y el "quién quiero ser", pero con la adrenalina de un reloj que suena en mitad de pesadillas. De pronto, un "lo siento, Catherine, esto no puede seguir" es casi tan fuerte como una confesión de culpabilidad. Por eso digo que el amor en videojuegos no es un adorno cualquiera. Es un motor narrativo que te empuja a reflexionar sobre tu forma de querer. Da un poco de miedo, la verdad: ver reflejadas tus inseguridades y contradicciones en un Geralt, un Joker (Persona 5), o un Shepard… y constatar que, al final, no somos tan distintos. Las espadas, los blasters o las invocaciones son mero atrezzo para un drama íntimo: ¿qué valores priorizas cuando te ofrecen la tentación? ¿Cuánto aprecias la confianza de lo conocido frente a la novedad exótica? Masss Effect 3 Mucha gente define un personaje "canon" en The Witcher 3 con Yennefer porque, Geralt y Yen han compartido un lazo inquebrantable según la historia. Otros defienden a Triss como la compañera que estuvo ahí en los peores momentos, y juran que la química con ella es más honesta. Pero lo que de verdad me encanta de esta disyuntiva es que, a través de ella, el juego te susurra: "No existe una vía libre de repercusiones". De este modo, la narrativa te recuerda que cada decisión deja huella, no solo en la historia, sino en tu propia cabeza. Podría parecer que la elección Triss/Yennefer se reduce a "quién te gusta más estéticamente", pero no Y esta sensación de traición o fidelidad

El amor, en apariencia, es esa fuerza que nos arrastra a escribir poemas cursis, a comprar flores improvisadas y a sentir que flotamos a tres palmos del suelo. Sin embargo, cuando hablamos de amor en videojuegos, la cosa se pone interesante. ¿Por qué? Porque aquí, en este medio interactivo, no basta con "mirar" cómo dos personajes se enamoran: eres tú, jugador, quien hace el movimiento. Das un paso, presionas un botón, eliges un diálogo y, de pronto, has sellado tu destino. En The Witcher 3, esa disyuntiva toma forma de una hechicera pelirroja que te ha salvado más de una vez, o de una bruja de pelo azabache con quien compartes un turbulento pasado. Triss o Yennefer. Dos nombres, dos corazonadas. Una decisión moral que grita: "¿qué clase de Geralt —o de persona— eres realmente?"
Confieso que cuando me senté por primera vez en la posada de Novigrado, no pensé que un simple coqueteo con Triss metería mis principios en una centrifugadora emocional. Asumí que el juego premiaría mis gestos de cariño con un par de escenas tiernas y pincantonas y una palmadita en la espalda. ¡Ay, bendita inocencia! Porque cuando la trama avanza y Yennefer reaparece con toda su fiereza e ironía, me di cuenta de que no escogía solo el "amor digital" de turno, sino que definía una parte de mí: mi sentido de la lealtad, de la nostalgia, del romanticismo y, por supuesto, de mis ganas de meterme en líos.
Cuando la fantasía digital revela nuestro yo más íntimo
Podría parecer que la elección Triss/Yennefer se reduce a "quién te gusta más estéticamente" o "quién tiene más química con Geralt". Pero en realidad, como ocurre en muchos RPG con romances, lo que te engatusa son las motivaciones y valores que esos personajes encarnan. Triss es refugio, complicidad y un toque de dulzura en un mundo cruento. Yennefer, en cambio, es el fuego del pasado: un torbellino de pasiones, a veces tóxicas, a veces magnéticas. Escoger a una, a ratos, se siente como preferir una vida hogareña y calmada. Escoger a la otra supone lanzarse a un abismo turbulento, pero lleno de autenticidad. ¿Quién no ha dudado alguna vez entre la seguridad y la incertidumbre?
Esta sensación de traición o fidelidad a uno mismo es puro drama shakespeariano
En la vida real, a menudo decimos que no tenemos tantas opciones, que "la vida es así y ya". Pero cuando un videojuego nos planta una pantalla de diálogo y nos otorga poder absoluto para escoger, resulta imposible echarle la culpa al destino. Eres tú, con tus deseos y tus contradicciones, el que mira a ese retrato virtual y susurra: "Elegiré a Triss… o a Yennefer". Con un clic, encadenas tu narrativa a la de ese personaje. Entonces, las reflexiones empiezan a arremolinarse: "¿He sido fiel a mi corazón o solo a mis impulsos? ¿Estoy decantándome por la opción que me ‘conviene’ mecánicamente o por la que me remueve el alma?" En esas preguntas reside la chicha de la moral interactiva: no podemos mirar a otro lado cuando la decisión es 100% nuestra.

De triángulos amorosos
Hay disyuntivas románticas más complejas que las de The Witcher 3. Así a bote pronto me vienen a la cabeza títulos como Persona 5, Dragon Age o el mismísimo Catherine. Este último, en particular, te lanza a un triángulo retorcido donde tus respuestas dictaminan qué tipo de futuro anhelas (o temes). Como en la historia de Geralt, vas calibrando el "quién soy" y el "quién quiero ser", pero con la adrenalina de un reloj que suena en mitad de pesadillas. De pronto, un "lo siento, Catherine, esto no puede seguir" es casi tan fuerte como una confesión de culpabilidad. Por eso digo que el amor en videojuegos no es un adorno cualquiera.
Es un motor narrativo que te empuja a reflexionar sobre tu forma de querer. Da un poco de miedo, la verdad: ver reflejadas tus inseguridades y contradicciones en un Geralt, un Joker (Persona 5), o un Shepard… y constatar que, al final, no somos tan distintos. Las espadas, los blasters o las invocaciones son mero atrezzo para un drama íntimo: ¿qué valores priorizas cuando te ofrecen la tentación? ¿Cuánto aprecias la confianza de lo conocido frente a la novedad exótica?

Mucha gente define un personaje "canon" en The Witcher 3 con Yennefer porque, Geralt y Yen han compartido un lazo inquebrantable según la historia. Otros defienden a Triss como la compañera que estuvo ahí en los peores momentos, y juran que la química con ella es más honesta. Pero lo que de verdad me encanta de esta disyuntiva es que, a través de ella, el juego te susurra: "No existe una vía libre de repercusiones". De este modo, la narrativa te recuerda que cada decisión deja huella, no solo en la historia, sino en tu propia cabeza.
Y esta sensación de traición o fidelidad a uno mismo es puro drama shakespeariano. ¿Acaso no hemos vivido algo así, salvando las distancias, en la vida real? Cuando, por ejemplo, escogemos un trabajo con mejor sueldo, pero renunciamos a nuestro sueño artístico, o cuando preferimos la comodidad de la rutina en lugar de aventurarnos a dar un paso arriesgado. Elegir romance en un videojuego no es pura fantasía escapista: es un espejo moral que refleja nuestros miedos y anhelos reales.

El peso moral de la mentira y la consecuencia
El amor digital también carga con la posibilidad de mentir: ¿quién no ha fingido interés por un personaje solo para ver una escena concreta? Esa pequeña farsa puede explotarte en la cara, ya que muchos RPG penalizan la doble vía romántica. The Witcher 3 te hace un "zas" en toda la boca si intentas quedarte con ambas hechiceras, y la última escena te deja más solo que la luna en una noche sin estrellas. Ese es el castigo por la avaricia amorosa. Además de ser una lección moral acerca de la importancia de la honestidad, hay algo casi pedagógico en el juego. Y eso, lejos de amargarnos, enriquece la experiencia.
Hasta me atrevería a comparar esto con esas películas clásicas donde el galán cree que puede seducir a dos mujeres al mismo tiempo. Al final, la comedia deviene en tragedia o en una lección de humildad. Lo bonito de los videojuegos es que no nos limitamos a mirar pasivamente cómo el personaje comete errores: somos nosotros quienes nos salimos de la ruta… o elegimos mantenernos firmes. La consecuencia en pantalla es, por ende, nuestra consecuencia.
Puede, querido amigo, que parezca que estoy loco por sobreanalizar los romances en un RPG. A fin de cuentas, no es más que una mecánica de flirteo. Pero yo creo que, precisamente, estos detalles de "flirteo" son los que nos retratan. En un shooter, apretar el gatillo no me dice demasiado sobre mi ética, porque dispara todo el mundo. ¿Pero lanzarle una mirada de complicidad a Yennefer —o a Triss— en una escena concreta? Ahí hay un sutil tejido de intenciones y resonancias que te calan hondo.

Mira Dragon Age, donde cada compañero no solo es un romance potencial, sino un crisol de posturas políticas, dramas personales y aspiraciones que tú, como protagonista, decides apoyar o rechazar. Y claro, si hay atracción de por medio, la cosa se vuelve un torbellino de lealtad, compasión y, por qué no, tentación. De pronto, el "amor" se siente más grande que un cameo secundario; deviene un eje moral. Porque no es igual ser campeón de la justicia si tu pareja desprecia la compasión hacia los refugiados elfos, por ejemplo.
Lo bonito de los videojuegos es que no nos limitamos a mirar pasivamente cómo el personaje comete errores
Así que, cuando ya has tomado la decisión y el juego te muestra la secuencia final en la que paseas con Triss, o contemplas atardeceres al lado de Yennefer, no termina la historia. Al menos, no para ti. La cabeza sigue mascullando: "¿Habría sido todo distinto con la otra elección? ¿Me habría sentido más coherente? ¿Habría sido un Geralt más genuino?" La belleza, a la vez cruel y fantástica, de los videojuegos radica en su capacidad de sembrar esa incertidumbre: una semilla que te hace replantearte tus acciones, tu forma de amar y tus prioridades.
Y lo mejor es que, si te remuerde demasiado la conciencia, la mayoría de nosotros corremos a cargar una partida anterior "solo para verlo". Ese "solo para verlo" revela la curiosidad que nos posee: ¿acaso no hacemos lo mismo en la realidad, deseando saber cómo habría sido nuestra vida si hubiésemos escogido otro camino? Con la salvedad de que, aquí, sí podemos enmendar la historia con un par de clics… Pero la primera decisión, la que hicimos sin mirar guías ni consejos, sigue siendo la más reveladora de quién somos en verdad.

Estos romances virtuales encierran más de lo que parece. A primera vista, son una concesión narrativa para aderezar la épica de dragones y brujos con una pizca de corazón. Sin embargo, en cuanto nos toca de cerca, sentimos un hormigueo moral. Podríamos cerrar con la gran pregunta: "¿Qué dicen mis decisiones románticas en videojuegos acerca de mi vida?" No pretendo dar una respuesta universal (sería arrogante). Pero sí me atrevo a decir que, si te has sentido extraño, con un nudo en la boca del estómago al elegir un romance digital, es que hay algo real en juego. Llámalo moral, personalidad, ética o psicología. El caso es que no es una elección vacía. Cuando Geralt se decanta por una de las hechiceras, cuando Shepard se inclina por la diplomacia o la devoción, cuando Joker en Persona 5 escoge a una confidente… se está pintando un autorretrato, aunque sea en píxeles.
Y esa es la magia: el amor, incluso en este formato virtual, conserva la potencia de moldearnos, de sacarnos la mejor (o la peor) versión de nosotros mismos. Y, si lo piensas bien, es un test que revela no solo qué tipo de pareja escoges, sino qué clase de ser humano quieres ser. ¿Estás listo para verte en ese espejo?
-
La noticia
Elegir de quién te enamoras en un videojuego dice sobre ti más de lo que te imaginas
fue publicada originalmente en
3DJuegos
por
Alfonso Gómez
.
What's Your Reaction?






