La Generación Z cree saber por qué están tan deprimidos: la teoría del tercer lugar tiene la culpa
Desde que la Generación Z llegase a la edad adulta y empezase a entrar en el mundo laboral, las alertas sobre sus problemas de salud mental y su situación respecto al estrés y la depresión no han dejado de crecer. Que la situación económica y el panorama del mercado de trabajo no ayuda es algo evidente, pero un joven de la Generación Z despertó un debate interesante al poner sobre la mesa otro tema del que hablamos menos de lo que se debería: la teoría del tercer lugar y cómo tiene parte de culpa en esa situación. La idea, compartida por Christian Bonnier acumulando más de 600.000 reproducciones, recupera el concepto de la teoría del tercer lugar para intentar explicar por qué, según su opinión, la Generación Z se ha visto abocada a una crisis de salud mental en la que el 90% de los jóvenes reconoce haber sufrido estrés en el último mes. Pese a que puede parecer un concepto reduccionista, lo cierto es que los estudios le dan la razón. La Generación Z frente a la teoría del tercer lugar Aunque está lejos de ser un concepto actual que quede limitado a la Generación Z, la idea detrás de la teoría del tercer lugar dicta que como animales sociales precisamos de un espacio en el que poder reunirnos y comunicarnos con el resto para desestresarnos. Desarrollada por el sociólogo Ray Oldenburg en su libro The Great Good Place de 1989, el experto hablaba de cómo desarrollamos nuestra vida alrededor de dos lugares principales, siendo el primero de ellos nuestro hogar, y el segundo nuestro trabajo. Oldenburg sostenía que, para mantener una cohesión social y aumentar el sentido de pertenencia a nuestra comunidad, precisábamos de un tercer lugar que sirviese como complemento a esos dos lugares iniciales. Una vía de escape que nos permitiese interactuar con otras personas para desconectar de nuestro día a día, desestresarnos de los problemas que pudiésemos llegar a arrastrar de esos dos lugares primarios, y evitar un aislamiento social que, ya en aquella época, había demostrado ser un problema de bienestar emocional. En 3D Juegos La escalera de la programación está al límite: el 42% de los programadores creen que los junior están sentenciados Pese a que los comentarios de la Generación Z compartidos en el vídeo de Bonnier tienden a destacar terceros lugares más centrados en el ocio, como puede ser la asistencia a bares o cafés, en realidad la teoría de Oldenburg se agarraba a muchos más espacios, desde bibliotecas hasta parques pasando por teatros o clubes donde compartir una afición. Tal y como él mismo recogía en su libro, "tu tercer lugar es donde puedes relajarte en público, donde encuentras caras familiares y haces nuevos amigos". Tras su publicación, no han sido pocos los que se han acercado a la idea analizando no sólo cómo estos espacios comunitarios podrían convertirse en una válvula de escape para la Generación Z, sino también estudiando por qué los hemos abandonado pese a resultar tan aparentemente beneficiosos para nuestra salud mental. Una válvula de escape para los Gen Z Aunque puede parecer descabellado pensar que algo tan simplista como la teoría del tercer lugar pueda ser la salvación a un problema tan grave como el de la depresión de la Generación Z, lo cierto es que la psicología ha estudiado y constatado que la falta de interacción física regular fuera de casa y el trabajo puede terminar arrastrándonos hasta una sensación de soledad crónica que, a la larga, termina afectando a nuestros niveles de cortisol, la hormona que produce el estrés. La falta de espacios físicos en los que acudir para reunirte con conocidos, y desahogarte de esas experiencias frente a las que parece difícil luchar en las condiciones socioeconómicas actuales, pueden contribuir a motivar ese efecto mariposa que termine agravando aún más el problema. Tal y como recogía un estudio de la Universidad de Georgetown, la falta de interacción social no sólo amenaza con quedarse ahí, sino que también puede llegar a aumentar el riesgo de enfermedades cardiovasculares. En 3D Juegos En Japón hay tantos turistas que el gobierno ha tomado una decisión insólita: ha empezado a pedirles que se vayan al campo Queda claro que socializar es necesario, no sólo para la Generación Z sino también para el resto de la población, pero la teoría del tercer lugar plantea varios problemas hoy en día. Por un lado está el hecho de que, para muchos, la mera idea de poner un pie en la calle suponga un desembolso que no pueden permitirse. Por otro, que el urbanismo haya abandonado cada vez más ese foco de crear espacios públicos gratuitos que sirvan como alternativa. De hecho, en un estudio de la Universidad de Michigan iba un paso más allá, reconociendo que la relevancia de los terceros lugares estaba subestimada y no lo suficientemente investigada, apuntando que eran un pilar para la estimulación y el cuidado de la

Desde que la Generación Z llegase a la edad adulta y empezase a entrar en el mundo laboral, las alertas sobre sus problemas de salud mental y su situación respecto al estrés y la depresión no han dejado de crecer. Que la situación económica y el panorama del mercado de trabajo no ayuda es algo evidente, pero un joven de la Generación Z despertó un debate interesante al poner sobre la mesa otro tema del que hablamos menos de lo que se debería: la teoría del tercer lugar y cómo tiene parte de culpa en esa situación.
La idea, compartida por Christian Bonnier acumulando más de 600.000 reproducciones, recupera el concepto de la teoría del tercer lugar para intentar explicar por qué, según su opinión, la Generación Z se ha visto abocada a una crisis de salud mental en la que el 90% de los jóvenes reconoce haber sufrido estrés en el último mes. Pese a que puede parecer un concepto reduccionista, lo cierto es que los estudios le dan la razón.
La Generación Z frente a la teoría del tercer lugar
Aunque está lejos de ser un concepto actual que quede limitado a la Generación Z, la idea detrás de la teoría del tercer lugar dicta que como animales sociales precisamos de un espacio en el que poder reunirnos y comunicarnos con el resto para desestresarnos. Desarrollada por el sociólogo Ray Oldenburg en su libro The Great Good Place de 1989, el experto hablaba de cómo desarrollamos nuestra vida alrededor de dos lugares principales, siendo el primero de ellos nuestro hogar, y el segundo nuestro trabajo.
Oldenburg sostenía que, para mantener una cohesión social y aumentar el sentido de pertenencia a nuestra comunidad, precisábamos de un tercer lugar que sirviese como complemento a esos dos lugares iniciales. Una vía de escape que nos permitiese interactuar con otras personas para desconectar de nuestro día a día, desestresarnos de los problemas que pudiésemos llegar a arrastrar de esos dos lugares primarios, y evitar un aislamiento social que, ya en aquella época, había demostrado ser un problema de bienestar emocional.
Pese a que los comentarios de la Generación Z compartidos en el vídeo de Bonnier tienden a destacar terceros lugares más centrados en el ocio, como puede ser la asistencia a bares o cafés, en realidad la teoría de Oldenburg se agarraba a muchos más espacios, desde bibliotecas hasta parques pasando por teatros o clubes donde compartir una afición.
Tal y como él mismo recogía en su libro, "tu tercer lugar es donde puedes relajarte en público, donde encuentras caras familiares y haces nuevos amigos". Tras su publicación, no han sido pocos los que se han acercado a la idea analizando no sólo cómo estos espacios comunitarios podrían convertirse en una válvula de escape para la Generación Z, sino también estudiando por qué los hemos abandonado pese a resultar tan aparentemente beneficiosos para nuestra salud mental.
Una válvula de escape para los Gen Z
Aunque puede parecer descabellado pensar que algo tan simplista como la teoría del tercer lugar pueda ser la salvación a un problema tan grave como el de la depresión de la Generación Z, lo cierto es que la psicología ha estudiado y constatado que la falta de interacción física regular fuera de casa y el trabajo puede terminar arrastrándonos hasta una sensación de soledad crónica que, a la larga, termina afectando a nuestros niveles de cortisol, la hormona que produce el estrés.
La falta de espacios físicos en los que acudir para reunirte con conocidos, y desahogarte de esas experiencias frente a las que parece difícil luchar en las condiciones socioeconómicas actuales, pueden contribuir a motivar ese efecto mariposa que termine agravando aún más el problema. Tal y como recogía un estudio de la Universidad de Georgetown, la falta de interacción social no sólo amenaza con quedarse ahí, sino que también puede llegar a aumentar el riesgo de enfermedades cardiovasculares.
Queda claro que socializar es necesario, no sólo para la Generación Z sino también para el resto de la población, pero la teoría del tercer lugar plantea varios problemas hoy en día. Por un lado está el hecho de que, para muchos, la mera idea de poner un pie en la calle suponga un desembolso que no pueden permitirse. Por otro, que el urbanismo haya abandonado cada vez más ese foco de crear espacios públicos gratuitos que sirvan como alternativa.
De hecho, en un estudio de la Universidad de Michigan iba un paso más allá, reconociendo que la relevancia de los terceros lugares estaba subestimada y no lo suficientemente investigada, apuntando que eran un pilar para la estimulación y el cuidado de la sociedad, y que la desaparición de esos lugares podría tener consecuencias devastadoras para la salud pública.
¿Qué pasa con el tercer lugar digital?
Llegados a este punto alguien podría pensar que, tanto en el caso de la Generación Z como en el resto de la sociedad, la oportunidad de abrirse a un tercer lugar por la vía digital debería tenerse en cuenta. Al fin y al cabo internet es donde más tiempo pasamos más allá de esos lugares primarios, así que eso debería servir también como válvula de escape. El problema es que ahí estamos dando por hecho que la idea de un tercer lugar se limita a la interacción.
Para que ese tercer lugar sirva como un escenario beneficioso para nuestro bienestar debemos alejarnos de nuestra zona de confort. Las interacciones que se persiguen deben ser físicas porque eso favorece no sólo que sean espontáneas, también que nos abran a otras experiencias e intereses que los algoritmos evitan precisamente para situarnos ante temas que pueden resultarnos afines y que pasemos más tiempo en su plataforma.
Al hablar sobre esas herramientas también se minimiza la importancia del cara a cara en dichas interacciones, el uso del lenguaje corporal y la comunicación no verbal que abren las puertas a otras interpretaciones, a ir más allá de lo que se está comentando en el grupo y, sobre todo, a una mayor conexión emocional que favorezca la empatía, no sólo de nosotros hacia el resto, sino también en el sentido contrario.
De la mano de espacios comunitarios y un contacto más presencial alejado de sus inquietudes habituales, la Generación Z puede beneficiarse de una alternativa distinta a la que están habituados los jóvenes y, de paso, se favorece un círculo igual de satisfactorio que ayude a fomentar el comercio local y abogar por una reestructuración de nuestras ciudades que favorezca las relaciones sociales por encima de un individualismo que, como está quedando demostrado, no nos está haciendo ningún bien.
Imagen | Aranchilla en Midjourney
En 3DJuegos | La Generación Z ha sucumbido a la telefobia: el 56% de los jóvenes creen que está asociado a recibir siempre malas noticias
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La Generación Z cree saber por qué están tan deprimidos: la teoría del tercer lugar tiene la culpa
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por
Rubén Márquez
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