Nos pasamos la vida pidiendo remakes de juegos clásicos, pero no siempre pensamos en las consecuencias ni en lo que nos 'roban'
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En 1932, el psicólogo británico Frederic Bartlett publicó un estudio que revolucionaría nuestra comprensión de la memoria humana. Sus experimentos demostraron que recordar no es un acto de reproducción, como rebobinar una cinta, sino de reconstrucción activa: cada vez que evocamos un recuerdo, lo alteramos sutilmente, añadiendo detalles que nunca estuvieron ahí, suprimiendo elementos que sí existieron, tejiendo una versión nueva con los hilos de la experiencia original. El cerebro, descubrió Bartlett, es un narrador compulsivo que prefiere una historia coherente a una verdad incómoda. Y quizá por eso, noventa años después, algo profundamente perturbador está sucediendo en el mundo de los videojuegos: estamos perdiendo sistemáticamente nuestra capacidad de recordar mal.
Los remakes han llegado para ofrecernos algo que suena irresistible: la posibilidad de revivir nuestras experiencias más queridas "como las recordábamos, pero mejor". Es una promesa seductora que encierra una paradoja siniestra, porque la magia de esos recuerdos no residía en su precisión, sino justamente en su imprecisión. Como esas fotografías desenfocadas que capturan mejor el alma de un momento que cualquier imagen en alta definición, nuestros recuerdos distorsionados de aquellos juegos primitivos contenían una potencia evocadora que ninguna reconstrucción técnicamente perfecta puede igualar.
Así murió tu comisaría de Raccoon City
Cuando Capcom reconstruyó Resident Evil 2 en 2019, el estudio se enfrentó a un desafío titánico: cómo actualizar una experiencia que había quedado grabada a fuego en la memoria colectiva de millones de jugadores. El resultado fue técnicamente magistral, un despliegue de gore hiperrealista y mecánicas refinadas que superaba al original en prácticamente todos los aspectos medibles. Pero algo fundamental se había perdido en la traducción: esa ansiedad específica que brotaba de las limitaciones técnicas del juego de 1998, esa vulnerabilidad que nacía no de lo que el juego nos mostraba, sino de lo que nos obligaba a imaginar.
Resident Evil 2 Remake
El Resident Evil 2 original funcionaba como una máquina de terror alimentada por carencias. Sus cámaras fijas, que tanto frustraban a algunos jugadores, eran en realidad un instrumento sofisticado de manipulación psicológica: nos mostraban exactamente lo que querían mostrarnos y nos ocultaban deliberadamente el resto. Cada puerta que se abría con esa pausa dramática era un pequeño acto de fe, un salto al vacío. No sabíamos qué nos esperaba al otro lado porque literalmente no podíamos verlo. Nuestro cerebro, confrontado con esta incertidumbre constante, trabajaba horas extra rellenando los espacios en negro con nuestros peores temores.
La magia de esos recuerdos no residía en su precisión, sino justamente en su imprecisión
El remake, con su cámara dinámica sobre el hombro, nos devuelve el control visual, pero destruye esa vulnerabilidad arquetípica. Ahora podemos mirar alrededor, explorar cada rincón, anticipar las amenazas. Ganamos en agencia, pero perdemos esa sensación primordial de estar a merced de fuerzas que exceden nuestra comprensión. Los zombis del remake son objetivamente más impresionantes: sus cuerpos se desmembran con una precisión anatómica pasmosa, la sangre encharca el suelo con físicas realistas, cada mordisco arranca pedazos de carne con un detalle que habría sido impensable en 1998. Pero los zombis que recordábamos, esos sprites pixelados que arrastraban los pies por pasillos mal iluminados, poseían una cualidad inquietante que ninguna mejora técnica puede reproducir: eran lo suficientemente ambiguos como para que cada jugador proyectara sobre ellos sus propios horrores.
Silent Hill 2 Remake
Por qué la radio te daba más miedo que el cine
La neurociencia nos explica por qué sucede esto. Cuando el cerebro encuentra estímulos incompletos o ambiguos, activa lo que los investigadores llaman "completación perceptual": rellenamos automáticamente las lagunas usando nuestro bagaje emocional, cultural y experiencial. Es un proceso profundamente personal que convierte cada experiencia en una colaboración única entre el artefacto cultural y nuestra propia subjetividad. Los videojuegos de aquellas primeras décadas, con sus limitaciones técnicas brutales, eran máquinas perfectas para activar este mecanismo. Cada sprite de baja resolución, cada textura borrosa, cada sonido distorsionado, funcionaba como un boceto que nuestro cerebro se encargaba de colorear y completar.
Cuando un remake se establece como la "versión definitiva" de una experiencia, no solo reemplaza nuestra experiencia original: también homogeneiza la memoria cultural
El fenómeno guarda un paralelismo fascinante con la historia de los medios de comunicación. En los años treinta, cuando la radio dominaba el entretenimiento doméstico, los críticos hablaban del "teatro de la mente": la capacidad única del medio sonoro para estimular la imaginación del oyente, que debía visualizar mentalmente cada escena, cada personaje, cada escenario. Cuando la televisión popularizó las imágenes, algo irreemplazable se perdió. Los monstruos que habitaban nuestras cabezas durante las radionovelas de terror eran infinitamente más aterradores que cualquier cosa que pudiera mostrarse en pantalla, porque habían sido construidos específicamente para atemorizarnos a nosotros, usando nuestros propios miedos como materia prima.
Los videojuegos primitivos funcionaban de manera similar: eran radio interactiva. Resident Evil 2 no nos mostraba realmente la comisaría infestada de zombis; nos la sugería con unos cuantos polígonos estratégicamente colocados, efectos de sonido inquietantes y una iluminación dramática, y nosotros construíamos el resto. Nuestro cerebro transformaba aquellos pasillos en un laberinto tridimensional poblado de amenazas que existían únicamente en nuestra imaginación. Cada puerta cerrada era una incógnita, cada sombra un peligro potencial, cada sonido inexplicado una promesa de horror.
Resident Evil 2 Remake
Esta dinámica tiene consecuencias que trascienden lo puramente individual y se extienden al terreno de la cultura colectiva. Cuando un remake se establece como la "versión definitiva" de una experiencia, no solo reemplaza nuestra experiencia original: también homogeneiza la memoria cultural. Los recuerdos diversos y personales que cada jugador había construido sobre el juego original se ven gradualmente sustituidos por una versión estandarizada y técnicamente perfecta. Es como si todos los habitantes de una ciudad decidieran simultáneamente reemplazar sus fotografías familiares desenfocadas por retratos profesionales: ganamos en nitidez, pero perdemos esa diversidad interpretativa que enriquece el tejido cultural.
Durante más de dos décadas, cada jugador de Resident Evil 2 había desarrollado su propia cartografía mental de la comisaría de Raccoon City. Algunos recordaban pasillos más largos de lo que realmente eran, otros habían magnificado la presencia de ciertos enemigos, muchos habían construido una topografía del terror personalizada basada tanto en la geometría real del juego como en sus propias reacciones emocionales. Esta diversidad interpretativa alimentó durante años una creatividad derivada extraordinaria: teorías conspirativas sobre rincones inexplorados, debates sobre la disposición "real" de las habitaciones, especulaciones infinitas sobre lo que se escondía en las sombras que el juego original apenas insinuaba.
El remake, con su apartado visual deslumbrante y su cartografía definitiva, zanja muchas de estas ambigüedades. Nos ofrece la versión "correcta" de la comisaría, canonizando una interpretación específica del espacio y, en el proceso, empobreciendo sutilmente el universo de posibilidades que el original había abierto. Ya no podemos discutir sobre cómo era "realmente" aquel pasillo, porque ahora lo sabemos con certeza. La incertidumbre productiva se ha convertido en conocimiento estéril.
Resident Evil 4 Remake
El 'problema' de los remakes
No se trata de nostalgia ciega ni de ludismo reaccionario. Los remakes técnicamente brillantes tienen su lugar y su valor, y sería absurdo negar los avances monumentales que ha experimentado el medio en las últimas décadas. El problema surge cuando estos remakes no complementan la experiencia original, sino que la reemplazan, cuando se convierten en la única manera "aceptable" de acceder a estos mundos. Es especialmente preocupante observar cómo las nuevas generaciones de jugadores, que acceden a estos clásicos exclusivamente a través de sus versiones remasterizadas, se ven privadas de esa experiencia fundacional de completación creativa.
Pizza Tower
Afortunadamente, existen ejemplos de resistencia creativa a esta tendencia. Proyectos como Shovel Knight o Pizza Tower abrazan conscientemente las limitaciones estéticas del pasado no por nostalgia, sino porque comprenden la potencia creativa de la sugerencia sobre la explicación. Algunos desarrolladores exploran lo que podríamos llamar "imperfección deliberada": técnicas que introducen ambigüedad visual o narrativa para estimular la participación imaginativa del jugador. Y en el ámbito de la preservación, comunidades de fans han comenzado a reivindicar la importancia de mantener accesibles las versiones originales de estos juegos, no como piezas de museo, sino como experiencias vivas que aún tienen algo único que ofrecer.
La cuestión no es si los remakes son buenos o malos, sino si somos conscientes de lo que estamos perdiendo en el proceso. Cada vez que reemplazamos una experiencia imperfecta, pero evocadora por una versión técnicamente superior, estamos participando en una forma sutil de revisión histórica. No es la manipulación deliberada de la Historia lo que preocupa a los historiadores, sino algo más insidioso: la sustitución gradual de nuestros recuerdos creativos e imperfectos por versiones estandarizadas y técnicamente correctas.
Quizá la verdadera pregunta es esta: ¿estamos dispuestos a sacrificar nuestra capacidad de recordar mal en el altar de la perfección técnica? Porque al final, esos recuerdos imperfectos no eran errores que corregir, sino la materia prima de la que está hecha la nostalgia más potente. Y sin la capacidad de recordar mal, corremos el riesgo de perder también la capacidad de imaginar bien.
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La noticia
Nos pasamos la vida pidiendo remakes de juegos clásicos, pero no siempre pensamos en las consecuencias ni en lo que nos 'roban'
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3DJuegos
por
Alfonso Gómez
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