Nunca imaginé que mi casa de Los Sims podría expresar más de mi que mi diario, pero es así y tiene un porqué

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Creo que todos estaréis de acuerde de que, en el mundo real, nuestro hogar es en mayor o menor medida un espejo de quienes somos. Nuestro hogar (o nuestro cuarto, si no tenemos la suerte de tener una casa todavía) revela nuestras aspiraciones e incluso nuestras prioridades, valores y estados de ánimo. Así que no me sorprende que en los mundos virtuales ocurra exactamente lo mismo.
Títulos como The Sims, Animal Crossing, House Flipper o cualquier juego con un mínimo de personalización nos otorgan la posibilidad de diseñar espacios personales hasta el más mínimo detalle, y esa libertad evidencia algo profundo, que nuestras casas virtuales también nos hablan. Nos hablan de nuestros sueños, de nuestras frustraciones, de nuestra idea de lo que es un refugio —porque no se para vosotros, pero para mi mi casa es un refugio— y de cómo construimos significado en torno al espacio.
Los videojuegos de simulación y construcción han evolucionado un montón en las últimas décadas, pero su core sigue siendo el mismo: crear un entorno propio. Los Sims, podríamos decir que la saga más influyente de este género, nos permite edificar y personalizar casas casi sin límites y observar cómo esos entornos afectan o influyen en la vida de nuestros personajes virtuales. Animal Crossing, por su parte, convierte la decoración y la planificación del espacio en una experiencia social y contemplativa, unida a unos ritmos más pausados. Y House Flipper apela a ese deseo de transformación que todos tenemos dentro, al poder de "restaurar" edificios en ruinas a través de reformas y mejoras.
¿Pero qué nos lleva a dedicar horas y horas a diseñar un salón, a elegir con precisión el color de las paredes o a reorganizar muebles virtuales hasta sentir que "encajan"? La respuesta apunta a un concepto que podríamos llamar arquitectura emocional: la manera en que transferimos deseos y emociones a los espacios que habitamos, incluso cuando son digitales.
Un refugio seguro (y controlable)
Los entornos virtuales nos ofrecen la posibilidad de crear hogares ideales, sin las cada vez peores limitaciones del mundo real, o sea, presupuestos imposibles de pagar, terrenos terribles a precio de oro, salarios que no dan para nada y reglas físicas nos impiden poder hacer todo lo que cabe en nuestra imaginación. Sin embargo, la fantasía y lo que construimos en estos entornos virtuales casi siempre termina reflejando nuestras necesidades psicológicas más cotidianas, que son la seguridad, la estabilidad y sensación de pertenencia.
En The Sims, por ejemplo, hay dos tipos de jugadores. El primer tipo es aquel que diseña casas que le resultan familiares. Muchos recrean su propia casa de la infancia o la vivienda en la que vivían sus abuelos. Allí, el hogar virtual funciona como un refugio perfecto donde la vida se ordena según nuestras normas del mundo real. El otro tipo de jugador es el que crea la casa de sus sueños, la que de verdad querría tener —en este tipo estoy yo—, con mil plantas y una piscina precisa rodeada de flores. Las habitaciones están limpias, los muebles combinan a la perfección, los electrodomésticos no fallan… salvo que queramos que lo hagan.

Este deseo de control también está en Animal Crossing. Al llegar a una isla desierta y empezar de cero, el jugador experimenta la satisfacción de planificar cada elemento, desde la disposición de los árboles hasta la ubicación de las casas de los vecinos. Todo ello en un entorno amable y colorido que recompensa el esfuerzo diario sin sorpresas traumáticas —a no ser de que te arrepientas de dónde pusiste tu casa al principio del juego— . En un mundo caótico, Animal Crossing se nos presenta como un refugio donde cada elección arquitectónica reafirma la sensación de armonía.
Volviendo a la idea del principio, en los videojuegos la casa no solo nos protege sino también expresa quiénes somos o quiénes querríamos ser. La decoración, la distribución de los espacios, los colores y los materiales funcionan como un lenguaje visual de nuestra propia identidad. Os animo a abrir vuestros mundos virtuales, sea cual sea, y a analizar detenidamente vuestras decisiones arquitectónicas o decorativas, ¿qué dicen de vosotros?
Hay estudios psicológicos que estudian cómo en el mundo físico el hogar es una extensión del yo. Las personas proyectan aspectos de su personalidad en la forma de organizar su vivienda eligiendo minimalismo, eclecticismo, calidez, optando por la exhibición de logros o por los recuerdos familiares. En los espacios virtuales ocurre lo mismo, pero con mayor libertad: allí podemos "probar" identidades distintas sin que tenga un coste real.
En House Flipper, por ejemplo, al asumir el rol del encargado de reformas que transforma casas destartaladas en hogares acogedores digamos que nos propone simbólicamente un relato de transformación personal: devolver la belleza y la funcionalidad a algo que estaba en ruinas. Cada elección —qué suelo poner, qué colores usar, qué objetos conservar— refleja una intención narrativa, aunque no seamos conscientes de primeras.
Reconstruir para reparar
Muchos jugadores encuentran en estos juegos una forma de canalizar emociones o sanar experiencias negativas. Por ejemplo, alguien que atraviesa un momento de inestabilidad puede hallar consuelo en la creación de un espacio ordenado, donde todo tiene sentido y responde a unas reglas claras. El proceso de limpiar, organizar y poner bonita una casa virtual produce en nosotros una sensación de control y autosuficiencia que en la vida real puede ser difícil encontrar.

Esto es particularmente evidente en House Flipper, claro, donde la fantasía de transformar un lugar sucio y caótico en un espacio bello y funcional es muy poderosa. Muchos identifican en el acto de reparar un entorno —aunque sea digital— un efecto terapéutico. Frente a la incertidumbre que solemos tener en nuestro día a día, el poder restaurar aunque sea un edificio, nos recuerda que retomar el control es posible.
En Animal Crossing, la personalización constante y la interacción con otros vecinos virtuales nos genera una sensación de comunidad. Los espacios que construimos no solo nos reflejan individualmente, sino que también proyectan el tipo de relaciones y ambiente social que nos gustaría tener. Así, el pueblo soñado de Animal Crossing es un lugar donde todo el mundo se lleva bien, donde la decoración transmite calidez, y donde el tiempo transcurre con serenidad.
La arquitectura emocional también tiene que ver con la posibilidad de experimentar sin miedo a cometer errores. En el mundo real, una reforma implica tiempo, dinero y muchísimos imprevistos —quien lo probó lo sabe—. En el mundo virtual, todo puede rehacerse con un simple clic. Esta libertad potencia la creatividad y permite expresar aspectos de la personalidad que de otra forma quedarían reprimidos.
Muchos jugadores cuentan que Los Sims les ha ayudado a explorar vocaciones artísticas, incluso sentirse un poco mejor con sus carreras frustradas de arquitectura o interiorismo, gracias a su genial editor de construcción. Otros simplemente usan la simulación como vía de escape, para vivir en casas maravillosas que de otra manera no podrían tener y mundos de fantasía. Sea cual sea el caso, nuestro espacio virtual se convierte en un laboratorio emocional: un lugar donde ensayar y jugar con identidades, deseos y aspiraciones.
Más allá del juego
Lo fascinante de esta arquitectura emocional en videojuegos es que trasciende el puro entretenimiento. En un mundo cada vez más digital, aprender a diseñar espacios que nos hagan sentir bien —ya sean virtuales o físicos— es una habilidad súper valiosa. Las casas que construimos nos entrenan, de alguna forma, para ser capaces de identificar lo que nos da paz, lo que nos motiva o lo que nos representa y, quién sabe, igual podemos terminar aplicando nuestros diseños al mundo real.
Así, la próxima vez que reorganices la cocina de tus Sims, rediseñes el salón de House Flipper o muevas de sitio la tienda de Tom Nook en Animal Crossing, hazte la gran pregunta: ¿qué necesidad estoy expresando con este cambio? ¿Qué historia quiero contar? ¿Qué parte de mí mismo estoy proyectando en estos muros virtuales?
Porque al final, los videojuegos no son solo mundos de fantasía, sino que muchas veces son también espacios donde ensayamos cómo vivir o cómo comportarnos el mundo real. En ellos, la arquitectura deja de ser un simple conjunto de paredes y techos para convertirse en lenguaje emocional. Las casas virtuales son, en el fondo, un diario personal: nos cuentan, a través de cada mueble y cada color, cómo nos sentimos y qué queremos construir —no solo fuera, sino también dentro de nosotros.
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La noticia
Nunca imaginé que mi casa de Los Sims podría expresar más de mi que mi diario, pero es así y tiene un porqué
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3DJuegos
por
Bárbara Gimeno
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