Jurassic Park: El Renacer quiere que viajes al pasado 65 millones de años para explicarte lo mismo que ya te dijo Spielberg

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Como mucha gente de mi generación, tengo una relación especial con ese acto litúrgico que supone refugiarse del calor del verano en una gran sala de cine rodeado de gente extraña, esperar a que se apaguen las luces y dejarme llevar por el mayor espectáculo del mundo. Dejarme seducir, una vez más, por el portento que supone ver en la gran pantalla a estas tremendas criaturas extintas hace 65 millones de años que eran los dinosaurios. Tal vez esa experiencia de carácter místico que yo viví a los doce años con Parque Jurásico la hayas tenido tú con Star Wars, con Tiburón, con Los Vengadores o con Terminator. Da un poco igual la peli. Lo importante es que el género cinematográfico del taquillazo veraniego tiene poco que ver con el cine como arte y más con una experiencia colectiva que, en algunos casos, puede incluso cambiarte la vida.
Parque Jurásico: El Renacer está muy lejos de provocar eso, no creo que le cambie la vida a nadie a estas alturas. Pero esta película sí comprende perfectamente la filosofía: "estamos aquí para divertirnos y pasar un buen rato, pero eso no quiere decir que no podamos hacer las cosas bien". Y eso es, en realidad, lo que hace que esta entrega de la saga funcione. Sin innovar demasiado, sin dar giros inesperados, pero con oficio, ganas y mucha dignidad.
El cine es un dinosaurio
Si algo hereda con inteligencia Jurassic World: El Renacer de la película original de Spielberg, más allá de los rugidos y las estampidas, es su capacidad para hablar de sí misma, del cine, desde el lenguaje del blockbuster. Porque sí, esta nueva entrega, que nos sitúa cinco años después de Dominion en un mundo donde los dinosaurios han quedado relegados a remotas zonas ecuatoriales, parece estar hablando de criaturas extintas, pero también está hablando de otra gran especie en vías de desaparición: el propio cine de gran espectáculo como lo conocíamos.

En tiempos de plataformas, algoritmos y contenidos efímeros, el blockbuster de verano ha tenido que mutar o esconderse en islas narrativas, en franquicias eternas, en reboots, secuelas y universos compartidos. En 1993 Spielberg reflexionaba sobre su propia creación digital y cómo Parque Jurásico iba a cambiar el cine para siempre. Lo hizo, porque Spielberg no solo sabe rodar como un maestro y hablar del divorcio de sus padres, también sabe algo sobre la industria cinematográfica. La cinta de Gareth Edwards no oculta esa mirada autoconsciente. Los dinosaurios ahora reconvertidos en material genético que puede curar enfermedades humanas son una metáfora de ese entretenimiento descomunal que antes dominaba el planeta cultural y hoy sobrevive en condiciones artificiales, obligado a mutar en aberrantes experimentos simplemente porque la gente se cansa de lo de siempre y quiere nuevos espectáculos.
Edwards no sólo homenajea Parque Jurásico, sino que juega a ser Spielberg todo el rato. Y a veces, le sale bastante bien
Incluso hay un guiño explícito a los actores de renombre que, cheque mediante, aceptan papeles en estas superproducciones. Scarlett Johansson, comprometida, magnética y carismática, lidera un reparto donde también destacan Mahershala Ali o Jonathan Bailey. Edwards no se burla de ellos. Al contrario, sugiere que, pese al traje de mercenario, muchos siguen creyendo en el poder del espectáculo, en la magia de juntar a una sala llena de desconocidos para ver cómo un monstruo de diez toneladas pisa fuerte otra vez.

Entretenimiento puro al más puro estilo Spielberg
Desde su arranque, Rebirth no pretende ser una película profunda. Es un parque de atracciones con forma de película, un show estival en el que lo que importa es el espectáculo y no darle más vueltas a la cabeza con detalles o si lo que está pasando tiene mucha lógica o no. Edwards, que ya demostró su capacidad para combinar escala épica con emoción en Godzilla y Rogue One, se pone aquí el sombrero de guía turístico del legado Spielberg. No sólo homenajea Parque Jurásico, sino que juega a ser Spielberg todo el rato. Y a veces, le sale bastante bien.
Buena parte del metraje es un excelente homenaje a Tiburón, con ese suspense medido que no necesita mostrar al monstruo para que lo sientas bajo los pies. También hay espacio para la ternura y el asombro de E.T., o el sabor aventurero de Indiana Jones en los pasadizos del antiguo templo donde se esconde un secreto genético. La película entera es un cóctel de referencias nostálgicas que no intenta disimular nada, y que se disfruta precisamente por eso. Edwards en esta ocasión no resulta nada sutil, va al grano, y con eso consigue que la película se pase en un tris tras.
Pero igual que reconozco que a otro director esta película seguramente le habría salido muy regulínchi, y que no me habría gustado tanto, tengo que decir que Parque Jurásico: El Renacer se salva porque se nota que hay cariño detrás. Porque de verdad, argumentalmente la peli es planísima los personajes, flojos y redundantes, con esos secundarios que sabes que están ahí solo para morir y elementos que arrastras durante toda la trama porque tendrán algún tipo de importancia en una potencial secuela dentro de un par de años. ¿Dinosaurios híbridos manipulados genéticamente? Bueno, a lo mejor no era necesario, pero es precisamente lo que me está diciendo la peli entre líneas: el público demanda que cada vez el bicho sea más grande, ¿quién es Hollywood para negárselo aunque la idea sea terrible?

Con todo, Edwards salva el pellejo, principalmente porque la realización es impecable. Se ha rodado en película de 35 mm con lentes anamórficas de Panavision, y se nota. El equipo ha vaio por todo el mundo en busca de las localizaciones más espectaculares: Thailandia, Malta y Reino Unido sirven de escenarios reales que aportan textura, escala y belleza a un relato que, aunque genérico, viste como los grandes. Hay persecuciones acuáticas, dinosaurios mutantes como el Distortus Rex (una criatura inspirada en los xenomorfos de Alien y el rancor de El Retorno del Jedi), y criaturas voladoras tan absurdas como divertidas, los Mutadons. Todo se ve espectacular, todo está coreografiado con mimo. Pero todo se reduce a una sola idea: ¿qué le falta a los velociraptores para ser más espectaculares, volar? Sujétame el cubata, responde Edwards entusiasmado.
El público demanda que cada vez el bicho sea más grande, ¿quién es Hollywood para negárselo aunque la idea sea terrible?
Sí, el guion cae en todos los lugares comunes. Sí, el equipo de mercenarios que acompaña a Zora Bennett (Johansson) es el equipo de veteranos de guerra profesionales más torpes del mundo, que van cayendo como fichas de dominó. Pero, incluso ahí, la película tiene el detalle de regalarnos un par de buenos diálogos, momentos donde la química entre Johansson y Mahershala Ali es tremenda. Nada sorprendente, pero todo eficaz.

Un director que pide más a gritos
Hay quien sueña con ser el nuevo Spielberg. Gareth Edwards, sin embargo, se está convirtiendo en el Ron Howard de su generación. Un director que lo mismo te sorprende con una película de autor deslumbrante, como la estupenda The Creator, que te levanta la entrega de una franquicia en declive, un artesano del oficio al que el público cuesta colocar en la primera línea de grandes directores de su generación.
Edwards no es pretencioso. Sabe que está manejando material radioactivo, una franquicia amada pero desgastada, con una legión de fans que la examina con lupa y un espectador medio agotado de las fórmulas clásicas pero que se contradice a sí mismo rechazando las producciones más innovadoras. Los humanos somos gente complicada. Edwards lo que hace es lo más sensato: no intenta cambiar el ADN de la saga, sino reconectar con su esencia, con ese tono de fábula con dientes afilados, con esa mirada de niño que aún cree en la magia del cine. el problema es que, claro, se ve obligado a meter un enorme dinosaurio cabezón de seis patas, porque algo nuevo hay que hacer…

¿Una revolución? No. ¿Un regreso digno? Sí
Jurassic World: El Renacer no es una revolución. No cambiará tu vida ni marcará a fuego a una nueva generación. Pero cumple con creces su misión como evento veraniego: emocionar, entretener y reconectar con una forma de entender el cine que, como los dinosaurios, parecía en peligro de extinción. No todo el mundo puede ser Steven Spielberg, pero durante todos estos años ha habido una generación de estupendos directores que han estado tomando notas sobre cómo hacer buenas películas que sean espectaculares y divertidas.
No es la mejor de la saga. Pero está muy lejos de ser la peor. Por encima de Dominion, con más gracia que El Reino Caído, más digna que Jurassic World, y con detalles que recuerdan a la olvidada Parque Jurásico III. Edwards logra una cinta con ritmo, con espectáculo, con monstruos y hasta con corazón. Y eso, en los tiempos que corren, no es poco. Así que, si te apetece volver a una sala oscura, con el aire acondicionado a tope, rodeado de extraños que se sobresaltan contigo cuando un rugido sacude la pantalla, Parque Jurásico: El Renacer te ofrece justo eso. Un viaje de vuelta a aquella primera vez. No para descubrir algo nuevo, sino para recordar por qué te enamoraste del cine en primer lugar. Parque Jurásico: El Renacer se estrena en cines este 2 de julio.
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Jurassic Park: El Renacer quiere que viajes al pasado 65 millones de años para explicarte lo mismo que ya te dijo Spielberg
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por
Chema Mansilla
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